Separaciones tras el verano.
Tras haberse estado quejando durante
meses por la falta de comunicación y el poco tiempo para compartir, ¿qué les
pasa a las parejas cuando por fin pueden estar juntas después de haber estado
todo el año corriendo casi sin contacto?
Compartir el tiempo y el espacio cuando
la relación está muy deteriorada, en lugar de proporcionar una segunda
oportunidad para solucionar los conflictos ya existentes, empeora la situación
abocando a la pareja a buscar su disolución como tal.
Algunas parejas estaban convencidas de
que el desasosiego era producto de la rutina cotidiana, de que su falta de
comunicación era un simple fruto de la incompatibilidad horaria y de que la
distancia entre ambos no era más que el resultado del cansancio.Se añade compartir el tiempo con los hijos y su crianza,que también es motivo de conflicto.
En estos casos, una vez desaparecidos
los “supuestos” inconvenientes, se evidencia la cruda realidad: la pareja está
en crisis.
Es posible que se den cuenta de que no
tienen nada agradable que decirse, que las posibles aficiones o proyectos
comunes que alguna vez tuvieron hayan desaparecido, o que la mutua compañía no
les satisfaga y la apatía les embargue. También es posible que las discusiones
achacadas al estrés se sigan repitiendo ahora por motivos nimios, que vean las
cosas de maneras completamente opuestas e irreconciliables y ambos se crean
poseedores de la razón absoluta.
Otras parejas, conscientes de que su
relación no funciona, quizás crean que la relajación estival puede ayudar a
“cambiar actitudes”, propiciando el acercamiento y reavivando las brasas del
amor y la pasión. Sin embargo, están tan
“quemados” y resentidos por la insatisfactoria situación que llevan arrastrando
durante tanto tiempo que, probablemente,
tengan un gran listado de agravios recibidos, algo que les mantiene convencidos
de que su implicación en todos los hechos desagradables no es más que una
reacción “lógica y sensata”, resultado de las agresiones sufridas; por lo
tanto, quien realmente debe “cambiar” de comportamiento es el otro. Dicen en
voz alta que ellos “ya” ponen todo de su parte.
Este “YA” es como una espada, un hierro
al rojo vivo que se introduce sin piedad en las entrañas del otro, ese “otro”
que se siente igualmente agraviado y agredido.
Su actitud no cambia, simplemente están
a la espera, ojo avizor, vigilantes, expectantes, dispuestos a señalar
cualquier pequeña acción o palabra que confirme su aseveración de que “el otro
es el culpable”.
Esta supuesta intencionalidad y
predisposición para encontrar una solución con la que empiezan las vacaciones,
no existe. Creen intentarlo pero, realmente, sólo desean confirmar su
inocencia, liberarse de la responsabilidad que conlleva ser coparticipe del
desastre al que se sienten abocados.
Sin ayuda, es muy difícil sobreponerse a
esta “guerra de gallos”.
Las parejas sanas establecen lo que se
llama una relación simétrica, es decir, una relación entre iguales donde,
además de amor, existe cooperación y compañerismo. Jerárquicamente, ambos
miembros son iguales, no hay uno más importante o superior al otro. Cuando
aparece la competencia o la rivalidad es cuando estas relaciones se vuelven
disfuncionales, dañinas.
El desequilibrio aparece cuando una
acción tras otra se convierte en una guerra para demostrar quién es más o quién
tiene la razón. Llega un momento en el cual no importa el motivo, simplemente
están pendientes de demostrar su preponderancia por encima del otro.
Ambos están tan implicados y con tal
caudal de resentimiento que por sí solos no pueden deshacer el círculo vicioso
en el que se hallan inmersos. Por muy buena intención, por muchas ganas que
tengan de conseguirlo, sin ayuda externa, imparcial y profesional, es imposible
controlar esta dinámica; está ya tan instaurada en su funcionamiento cotidiano
que parece tener vida propia y desatarse automáticamente.
¿Cómo se llega a esta situación? Lo único cierto es que, sin saber cómo y sin
darse cuenta, hay parejas que llegan a este punto sin retorno.
De todos modos, podríamos fijarnos en
algunos aspectos que quizás nos ayudarían a no caer tan fácilmente en esta tela
de araña:
1-Responsabilidad: Recordar siempre que
el otro no nos hace nada; somos nosotros los que interpretamos como ataques
algunas de las afirmaciones o algunos hechos. La otra persona simplemente dice
o actúa según su momento, según sus necesidades y, cómo no, según sus
deficiencias.
2- La relación es cosa de dos: Todo lo
que sucede en la relación de pareja no es fruto de la actuación de uno solo de
sus miembros. Tanto sea por acción como por omisión, tu implicación está
asegurada; antes de aseverar tu inocencia recuérdalo. No eres culpable de nada,
al igual que tampoco lo es tu pareja, pero ambos sois responsables de todo lo
que os suceda.
3-Empatía: No hay que olvidar que la
otra persona siente y padece como tú. Recuerda siempre que las mismas
situaciones o palabras que a ti te duelen, suelen dolerle a tu pareja también. “no
le hagas al otro lo que no quieras para ti mismo”.
4-La confianza y las licencias que nos
otorga: Del mismo modo que la confianza con nuestra pareja nos da la libertad
de mostrarnos tal cual somos, sin tapujos ni ambigüedades, entraña un grave
peligro y es que nos hace perder el control y apropiarnos del derecho a hacer
comentarios sin ningún tipo de censura; estos, en lugar de ser críticas
constructivas hechas desde el amor y con el objetivo de ayudar, se vuelven
fácilmente afirmaciones mordaces y
destructivas. Decir lo que uno piensa a alguien con total confianza no
nos da el derecho a escupir cualquier cosa,
porque las palabras duelen y se asientan en nuestro interior creando
heridas llenas de resentimiento. Porque, a pesar de lo que muchos creen, las
palabras no se las lleva el viento, sino que se asientan en el corazón
cargándolo de hiel.
5-Confrontación asertiva: Por mucho que grites no tendrás más razón, ni tu pareja te hará más caso. Exponer las quejas o las desavenencias desde la calma y sin ataques personales, propicia el entendimiento mucho más que los gritos y las acusaciones. No es lo mismo decir: “para variar no has comprado las cosas de la lista que te di; solo piensas en ti mismo, eres un egoísta y estoy más que harta”, que expresarse de este modo: “me gustaría que hicieses la compra, te di la lista esta mañana para hacerlo; cuando se te olvida, me molesta porque imagino que no te preocupas por las cosas comunes y tengo la sensación de que me cargo con todo el trabajo de la casa. Me gustaría que me ayudases y lo hicieras”.
Desde este lugar se puede hablar,
cambiar opiniones y llegar a acuerdos, ya que se habla del problema, no se
ataca a la persona.
Para poder restablecer una relación sana
de pareja es necesario un esfuerzo por ambas partes y sentir, todavía, un
sentimiento amoroso el uno hacia el otro. Si, por el contrario, el amor terminó
o no existe una verdadera voluntad de cambio, ni las vacaciones más
maravillosas serán capaces de restaurarla.
Si tienes alguna duda o te
interesa tratar algún tema en concreto puedes contactar conmigo por teléfono o
correo electrónico.Gracias.
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