lunes, 28 de enero de 2013
Os dejo con 2 artículos más que tienen que ver con la resiliencia y para tener buenas prácticas los maestros.
Por Jose Antonio Marina
La palabra “resiliencia” no me gusta, pero desde que la puso de moda Boris Cyrulnick con su libro El patito feo, resulta casi inevitable utilizarla. Designa la capacidad para resistir, superar, enfrentarse adecuadamente a las circunstancias adversas. Es lo que los filósofos griegos y medievales consideraban la virtud de la fortaleza.
Cuando seamos lo suficientemente inteligentes para recuperar la teoría clásica de las virtudes (cosa que ha hecho la psicología americana desde hace más de una década) sustituiremos “resiliencia” por “fortaleza”, que es un concepto más poderoso. Pero mientras esto sucede, seguiré la moda para evitar confusiones.
La falta de resiliencia supone vulnerabilidad ante dificultades, o simplemente ante el esfuerzo. Menciono hoy este tema porque Cyrulnik y Jean-Pierre Pourtois , especialista belga en psicosociología de la educación familiar y escolar, han dirigido el libro titulado École et Résilience, que nos conviene conocer. Aprovecho la ocasión para pedir ayuda a quienes dominéis el francés.
La pedagogía escrita en esta lengua es muy interesante, en especial la procedente de Quebec, y sería fantástico que nos ayudarais a darla a conocer, haciendo resúmenes de libros que os enviaríamos, y que publicaríamos en esta página. Animaos, pues.
En uno de los capítulos del libro mencionado, Bernard Terrise y Marie-Louise Lefebvre (ambos de la Universidad de Quebec) hablan de la escuela resiliente. “Escuela resiliente -escriben- es aquella que, aunque enfrentada a condiciones difíciles, consigue mantener tasas de éxito escolar satisfactorias y consigue que las conductas problemáticas (violencia, delincuencia, absentismo) estén al mismo nivel que las mejores escuelas”.
Tenemos estudios que muestran que en un medio difícil, en iguales condiciones sociodemográficas, unas escuelas tienen mejores resultados que otras. Es decir, que aunque los factores sociales tienen una influencia indudable, existen factores internos a la escuela que pueden amplificar o reducir el efecto de esos factores. No se trata de negar la relación entre nivel socioeducativo de la familia y éxito escolar. El factor de riesgo aumenta cuando una escuela tiene un porcentaje demasiado alto de alumnos que proceden de un medio sociocultural deprimido. De una escuela donde el 70% de niños proceden de esta situación social, se dice que es un “medio sustractivo”, mientras que si sólo es del 30%, se la considera un “medio aditivo”.
No obstante, los estudios de los “sociólogos de la escuela” nos dicen que la escuela tiene capacidad para influir en el éxito escolar a pesar de los factores externos. La procedencia de los alumnos no es una barrera insalvable.
Hattie, en una síntesis de 134 metaestudios publicada en el Australian Journal of Education, ha establecido que la influencia del medio familiar sobre el resultado de los alumnos es de 0’38. Mientras que el de la escuela era del 0’52. Estas son cifras medias, lo que quiere decir que habrá escuelas que influyan más y otras menos. Pero la conclusión es clara. Nosotros podemos ser quienes alteremos el destino de esos alumnos.
Para ello, tenemos que rechazar una pesimista concepción de la escuela, que, sin embargo, se nos vendió como progresista. Me refiero a la de Ivan Illich o a la de Pierre Bourdieu, que pensaban que la escuela solamente “reproduce” la ideología social triunfante. Eso sería la “escuela perezosa”, la de los docentes “servicio doméstico”. La verdadera escuela es resiliente tiene recursos para afrontar la adversidad, y lo hace porque comprende que es el salvavidas de los desfavorecidos, su última y única esperanza.
Como ha señalado Gérard Chauveau en Écoles et quartier, los alumnos procedentes de zonas económicamente deprimidas son los mas sensibles a la variabilidad de la eficacia pedagógica de los docentes. Es decir, son los más perjudicados por los malos, y los más beneficiados por los buenos profesores. Para tener éxito, las escuelas tienen que alcanzar lo que los autores llaman “eficacia colectiva”.
La escuela resiliente
El buen profesor.
Por Carmen Pellicer
Vamos buscando, como dice Jose Antonio, buenas prácticas educativas, como semillas de cambio que, de savia vigorosa, sean capaces de comerse tanta cizaña mediática que hace tambalear la esperanza de que la educación puede transformar un futuro que vemos tan incierto. Y sabemos que, en el fondo, todas las experiencias educativas de éxito tienen un solo elemento en común: buenos profesores que las incitan y acompañan, no para brillar ni presumir, sino para que sus alumnos aprendan y crezcan. Por eso, muchas están ocultas y quedan en lo secreto de la cotidianidad de cientos de nuestras aulas.
Queremos desvelarlas, y a sus artífices, los buenos maestros. Aprendemos cada día de todos ellos el significado y el poder que se esconde detrás de ‘dar clase’, de ponerse delante de un grupo de niños, que, aunque solo por un instante están expectantes. Algunos, cual magos del espíritu, son capaces de lograr imposibles y marcar huellas en sus mentes y en sus corazones. ¿Cómo son esos protagonistas de las mejores clases? ¿Cómo es un buen profesor?
Este es nuestro particular decálogo:
1. Sabe y cree que lo que sabe es importante y necesario para comprender la vida y a uno mismo, y para avanzar, y por eso profundiza en el conocimiento de lo que quiere enseñar y busca las maneras de hacerlo sencillo y comprensible para todos los alumnos.
2. Conoce bien a sus alumnos, no solo como son, sino también por qué son como son y, sobre todo, de qué son capaces. Tiene de cada uno de ellos una visión de hacia dónde pueden crecer en todas sus dimensiones, y sabe cómo empujarles hacia adelante para lograr lo mejor de ellos mismos.
3. Identifica las necesidades y los momentos en los que está cada alumno y cómo afectan a su desarrollo personal y genera una multiplicidad de oportunidades y recursos variados para que todos se impliquen y aprendan en profundidad.
4. Maneja con agilidad diferentes estrategias y metodologías que dotan a la clase del ritmo y las tensión necesaria para estimular la motivación, la curiosidad, la atención y la reflexión de sus alumnos.
5. Hace a sus alumnos cada vez más autónomos y protagonistas de su propio aprendizaje, creando un clima cálido y respetuoso de participación y colaboración mutua, gestionando los conflictos con firmeza y eficacia.
6. Fomenta la creatividad y amplía los horizontes de aprendizaje facilitando el acceso a diferentes recursos, experiencias, lenguajes, interlocutores y herramientas tecnológicas.
7. Dedica tiempo y esfuerzo personal a pensar sobre cada uno de sus alumnos y sus clases, que prepara, planifica y modifica a la vez que estudia, investiga y contrasta para crecer con y para ellos.
8. Acompaña los procesos de maduración y aprendizaje de cada alumno, evaluando y discerniendo sobre lo que ve y lo que revela aquello que ve, y proponiendo iniciativas de mejora y superación continua.
9. Comparte su conocimiento y experiencia, y trabaja en equipo con sus compañeros, implicándose en un proyecto común que ayude a sus alumnos más allá de su aula y de su misma escuela, haciendo cómplices de su educación a las familias y otros agentes sociales presentes en la vida local.
10. Disfruta de los éxitos de sus alumnos y vive sus fracasos como propios, cree en lo que hace y sabe que lo que hace puede marcar una diferencia en sus vidas, y por eso se compromete con ellos, y saca lo mejor de sí mismo para ellos.
Pero creo, que al final, y después de muchos años de docencia, he aprendido que tienes que quererles lo suficiente para que te importen. Esto no se puede poner en el decálogo porque el cariño no se puede exigir, solo regalar. Por eso, delante de cualquiera de mis grupos de alumnos, pequeños y grandes, necesito dejarme seducir y embaucar por ellos, y entonces dejarme la piel y la vida en arrancarles sonrisas, miradas de complicidad, preguntas e inquietudes, hacerles enfadar y sorprenderles.
Y entonces ese cariño que se nutre del roce diario, la impaciencia, el cansancio superado, la rutina que se rompe, a la vez que de las miles de recompensas fugaces que recibes cuando les ves crecer y ser más y mejor. Ese cariño es el que les educa, y el que te sostiene a ti.
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