¿Por qué soportar lo insoportable?
- Hay personas que, a pesar de que están juntas, parecen rechazarse más que amarse. Comparten dinámicas inconscientes que son patológicas para su relación.
Algunas parejas parecen más unidas por el resentimiento o la insatisfacción que por el amor y el cariño. Pero, ¿es posible que el rencor cree vínculos emocionales con el otro?
La vida en pareja requiere de muchos cuidados y dedicación para que funcione correctamente. Pero hay personas que, a pesar de estar juntas, parecen rechazarse más que amarse. Se llevan mal y protestan continuamente de su suerte por estar con quien están y, sin embargo, permanecen sólidamente unidas. ¿Por qué se soporta tanta desdicha? La elección de pareja se realiza desde complicidades inconscientes, de las que nada sabemos, y que pueden ser más patológicas que saludables para nuestra vida en común.
Emma ha llamado a una amiga por teléfono, necesitaba hablar con alguien, sentirse acompañada en la desesperación que la invadía. Su pareja, Carlos, acababa de irse de casa para cenar solo en un bar, porque ella había llegado tarde del trabajo y tuvieron una fuerte discusión. Pero esta era solo una de las múltiples quejas que tenía sobre él. Carlos le controlaba el dinero, le ponía pegas a todo lo que hacía. Siempre se estaba quejando de lo que cocinaba para él, comparándola con cómo se comía en casa de su madre. Jamás le reconocía nada positivo de lo que hacía en su trabajo. De hecho, acababan de nombrarla jefa de su departamento y Emma estaba contenta, pues iba a ganar más dinero, además de ser un reconocimiento a su esfuerzo. Pero cuando se lo dijo a Carlos, lo único que comentó él es que esperaba que eso no hiciera que tuviera que estar más horas fuera de casa. Si como marido era un desastre, como padre era frío, no hablaba con sus hijos y argumentaba que él les había dado mucho más de lo que había recibido del suyo. Al hablar de los pequeños, siempre se refería al plano material, ya que lo único que valoraba era el dinero.
Cuando ante el aluvión de quejas su amiga le dijo que no sabía cómo podía aguantarle, Emma le contestó que también tenía cosas buenas. Después, tras colgar el teléfono, se quedó pensando en la pregunta de su amiga: "¿Por qué le soporto? ¿Por qué le amo? Y si es así, ¿por qué quiero a una persona que no me valora?" A estas preguntas, entre muchas otras, pudo responder después de acudir a una psicoterapia.
Emma siempre había tratado de negar la influencia que su padre, frío y calculador, había tenido sobre ella, negación que le llevó a tener como pareja a un hombre que se parecía a su progenitor. Pagaba en su relación sentimental la culpa por los sentimientos que tenía hacia su padre. Además, de este modo, se identificaba con su madre, una mujer sumisa, que nunca se atrevió a plantar cara a su marido, aunque se quejaba de él delante de los hijos cuando él no estaba presente. Gracias a la terapia, Emma cambió la forma que tenía de mirarse a sí misma y también la posición que ocupaba en su pareja. Dejó de soportar lo que le parecía injusto y Carlos comenzó a tambalearse emocionalmente.
SENTIMIENTOS REPRIMIDOS
La pareja soporta una serie de proyecciones y deseos que provienen de la historia emocional que cada miembro construyó en los primeros años de su infancia y que, por supuesto, han reprimido. Se soporta una mala relación sentimental, entre otras cuestiones, porque así se deposita en el otro toda la capacidad agresiva. "Todo ser humano ha de encontrar su propia forma de agresividad para evitar convertirse en la obediente marioneta de otras personas. Solo alguien que no se deje reducir al nivel de instrumento de una voluntad ajena podrá imponer sus necesidades personales y defender sus legítimos derechos", explica la psicoanalista Alice Miller en su libro 'Por tu propio bien' (Tusquets Editores).
Cuando en una relación de pareja uno de sus miembros aguanta actitudes agresivas por parte del otro, conviene hacerse preguntas y volver la mirada atrás. Para entender que algunas personas, en su mayoría mujeres, soporten a un compañero que no las trata bien, habría que revisar la infancia de esa persona y la de su pareja. Es probable que encontráramos entonces las razones de tal elección. En su psiquismo, estas mujeres tienen una novela familiar de la que no se pueden liberar y que influye en ellas, arrastrándolas a soportar, a perdonar y a disculpar actitudes que las desvalorizan y les hacen sufrir. Más allá de toda lógica, a veces llegan a creer que ellas son las verdaderas culpables de lo que les sucede. Las tendencias autodestructivas se hacen evidentes cuando una mujer soporta aquello que le hace daño. Esa inclinación fue abonada durante su infancia, y por su culpa los sentimientos agresivos que no pudo expresar con palabras acaban volviéndose contra ella misma en su vida adulta.
Por su parte, los hombres que organizan este modo de relación con su pareja rechazan lo femenino y necesitan demostrarse a sí mismos que son dueños de esa persona a la que rebajan hasta convertirla en un objeto. Quieren conseguir un completo dominio sobre su pareja. Según Jacqueline Schaeffer, miembro de la Sociedad Psicoanalítica de París, algunas mujeres también rechazan lo femenino y por ello no saben protegerse a sí mismas o se exponen a la desconsideración de sus parejas. Los comportamientos más absurdos poseen razones ocultas; la forma de liberarse de ellos es llegar al conocimiento de esas causas.
¿QUÉ NOS PASA?
La vida en pareja requiere de muchos cuidados y dedicación para que funcione correctamente. Pero hay personas que, a pesar de estar juntas, parecen rechazarse más que amarse. Se llevan mal y protestan continuamente de su suerte por estar con quien están y, sin embargo, permanecen sólidamente unidas. ¿Por qué se soporta tanta desdicha? La elección de pareja se realiza desde complicidades inconscientes, de las que nada sabemos, y que pueden ser más patológicas que saludables para nuestra vida en común.
Emma ha llamado a una amiga por teléfono, necesitaba hablar con alguien, sentirse acompañada en la desesperación que la invadía. Su pareja, Carlos, acababa de irse de casa para cenar solo en un bar, porque ella había llegado tarde del trabajo y tuvieron una fuerte discusión. Pero esta era solo una de las múltiples quejas que tenía sobre él. Carlos le controlaba el dinero, le ponía pegas a todo lo que hacía. Siempre se estaba quejando de lo que cocinaba para él, comparándola con cómo se comía en casa de su madre. Jamás le reconocía nada positivo de lo que hacía en su trabajo. De hecho, acababan de nombrarla jefa de su departamento y Emma estaba contenta, pues iba a ganar más dinero, además de ser un reconocimiento a su esfuerzo. Pero cuando se lo dijo a Carlos, lo único que comentó él es que esperaba que eso no hiciera que tuviera que estar más horas fuera de casa. Si como marido era un desastre, como padre era frío, no hablaba con sus hijos y argumentaba que él les había dado mucho más de lo que había recibido del suyo. Al hablar de los pequeños, siempre se refería al plano material, ya que lo único que valoraba era el dinero.
Cuando ante el aluvión de quejas su amiga le dijo que no sabía cómo podía aguantarle, Emma le contestó que también tenía cosas buenas. Después, tras colgar el teléfono, se quedó pensando en la pregunta de su amiga: "¿Por qué le soporto? ¿Por qué le amo? Y si es así, ¿por qué quiero a una persona que no me valora?" A estas preguntas, entre muchas otras, pudo responder después de acudir a una psicoterapia.
Emma siempre había tratado de negar la influencia que su padre, frío y calculador, había tenido sobre ella, negación que le llevó a tener como pareja a un hombre que se parecía a su progenitor. Pagaba en su relación sentimental la culpa por los sentimientos que tenía hacia su padre. Además, de este modo, se identificaba con su madre, una mujer sumisa, que nunca se atrevió a plantar cara a su marido, aunque se quejaba de él delante de los hijos cuando él no estaba presente. Gracias a la terapia, Emma cambió la forma que tenía de mirarse a sí misma y también la posición que ocupaba en su pareja. Dejó de soportar lo que le parecía injusto y Carlos comenzó a tambalearse emocionalmente.
SENTIMIENTOS REPRIMIDOS
La pareja soporta una serie de proyecciones y deseos que provienen de la historia emocional que cada miembro construyó en los primeros años de su infancia y que, por supuesto, han reprimido. Se soporta una mala relación sentimental, entre otras cuestiones, porque así se deposita en el otro toda la capacidad agresiva. "Todo ser humano ha de encontrar su propia forma de agresividad para evitar convertirse en la obediente marioneta de otras personas. Solo alguien que no se deje reducir al nivel de instrumento de una voluntad ajena podrá imponer sus necesidades personales y defender sus legítimos derechos", explica la psicoanalista Alice Miller en su libro 'Por tu propio bien' (Tusquets Editores).
Cuando en una relación de pareja uno de sus miembros aguanta actitudes agresivas por parte del otro, conviene hacerse preguntas y volver la mirada atrás. Para entender que algunas personas, en su mayoría mujeres, soporten a un compañero que no las trata bien, habría que revisar la infancia de esa persona y la de su pareja. Es probable que encontráramos entonces las razones de tal elección. En su psiquismo, estas mujeres tienen una novela familiar de la que no se pueden liberar y que influye en ellas, arrastrándolas a soportar, a perdonar y a disculpar actitudes que las desvalorizan y les hacen sufrir. Más allá de toda lógica, a veces llegan a creer que ellas son las verdaderas culpables de lo que les sucede. Las tendencias autodestructivas se hacen evidentes cuando una mujer soporta aquello que le hace daño. Esa inclinación fue abonada durante su infancia, y por su culpa los sentimientos agresivos que no pudo expresar con palabras acaban volviéndose contra ella misma en su vida adulta.
Por su parte, los hombres que organizan este modo de relación con su pareja rechazan lo femenino y necesitan demostrarse a sí mismos que son dueños de esa persona a la que rebajan hasta convertirla en un objeto. Quieren conseguir un completo dominio sobre su pareja. Según Jacqueline Schaeffer, miembro de la Sociedad Psicoanalítica de París, algunas mujeres también rechazan lo femenino y por ello no saben protegerse a sí mismas o se exponen a la desconsideración de sus parejas. Los comportamientos más absurdos poseen razones ocultas; la forma de liberarse de ellos es llegar al conocimiento de esas causas.
¿QUÉ NOS PASA?
- Lo que no gusta en uno mismo se proyecta sobre la pareja. La culpa inconsciente puede funcionar como el motor que empuja a soportar actitudes de la pareja que agobian o molestan. Funcionaría a modo de un castigo que hay que sufrir por haber sentido o deseado cosas que la conciencia no puede aceptar.
- Hay que reflexionar sobre si se tolera cierto grado de frustración, siempre inevitable en una relación de pareja, ya que el otro no tiene por qué cumplir todo lo que esperamos de él. De la misma forma, tampoco respondemos a todo lo que el otro nos pide, en ocasiones porque no se quiere o porque no se puede.
- La mujer puede colocarse en el papel de víctima si la transmisión familiar la lleva a identificarse con una madre desvalorizada.
¿QUÉ PODEMOS HACER?
Una situación donde no se soporta a la pareja se puede cambiar. El primer paso para conseguirlo es buscar ayuda y poner palabras a todo lo que sucede. Después, hay que investigar por qué ocurre y tomar las medidas adecuadas.
Una situación donde no se soporta a la pareja se puede cambiar. El primer paso para conseguirlo es buscar ayuda y poner palabras a todo lo que sucede. Después, hay que investigar por qué ocurre y tomar las medidas adecuadas.
- Solo si cambiamos nuestro interior podemos variar la relación que mantenemos con el otro. Para salir de una mala relación y no volver a repetirla, conviene hacer una psicoterapia que ayude a la mujer a cambiar sus relaciones consigo misma y con el otro.
- La reflexión debe apoyarse en cuestiones dirigidas a preguntarnos qué es lo que nos sucede para mantener una situación que en principio nos parece tan insoportable. Creer que se aguanta por los hijos es un error, pues estos siempre saben lo que pasa y les hace daño. Los miedos personales son los que nos inmovilizan.
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