Recuerda que la vida es cíclica. Estar viva significa estar en cambio constante: a veces recibirás noticias buenas y, otras, alguna desastrosa. Piensa que, por mucho que lo desees, lo bueno no durará siempre. Pero no olvides tampoco que ninguna situación difícil o desfavorable es eterna.
Las malas noticias hay que darlas. A nadie le gusta tener que comunicar algo doloroso, pero en alguna ocasión te tocará hacerlo. Escoge el momento y las palabras apropiadas, porque una mala noticia parece peor si se comunica con brusquedad o en un momento inoportuno. El tono que emplees es importante.
La empatía (ponerte en la piel del otro) será tu gran aliada. Sin embargo, recuerda que cada persona es distinta, de modo que no podemos predecir cómo reaccionará alguien tras comunicarle un acontecimiento realmente malo, por muy cercano que sea. Muchas veces sentimos terror de que esa persona pierda el control. Ocurre porque creemos que tenemos que hacer que se sienta bien, pero ni debemos ni podemos hacer eso. Toma sus lágrimas o sus gritos como lo que son, una expresión de su dolor, y quédate junto ella. Antes de asumir el papel de mensajera, piensa si eres la persona más apropiada. Hazte algunas preguntas como: ¿Qué tipo de noticia es? ¿Me afecta también a mí o sólo a la otra persona? ¿Más a ella que a mí? Si no te sientes con fuerzas no te obligues, porque sólo lograrás crear más malestar.
Procura que aquel con el que vas a hablar esté sentado o lo más relajado posible. Intenta no ser brusca ni dramática (aunque en ese momento te puede costar un poco controlarte). No se trata de poner cara de fiesta si no, simplemente, de crear el ambiente más cálido posible. Prevén al otro con una frase introductoria. Por ejemplo, tengo que contarte algo no muy bueno o hay una cosa que debes saber. Tu interlocutor debe darse cuenta de que no va a enfrentarse a una conversación banal. Una vez dicho eso, no le hagas esperar, porque eso sólo disparará su nerviosismo.
Da la noticia de la forma más objetiva posible, sin dejar de mostrar sensibilidad y empatía. Es importante que trates de controlar tus emociones (ya te desahogarás después) por mucha pena que tú también sientas. Sólo si no te dejas arrastrar por ellas podrás prestar una verdadera ayuda. Permanece atenta a la reacción de quiéen recibe el mensaje y acompáñalo.
Su primera respuesta puede ser un momento de shock: no reacciona o se queda sin saber qué hacer. En esos momentos, quizás tú tengas que tomar las riendas de la situación y pensar y actuar por el otro.Es muy posible que te angusties porque no sabes bien qué hacer o decir. Céntrate en el destinatario. Lo más probable es que no espere grandes palabras si no compañía: para poder llorar, desahogarse, sentirse apoyado o, simplemente, permanecer en silencio.
Las malas noticias hay que darlas. A nadie le gusta tener que comunicar algo doloroso, pero en alguna ocasión te tocará hacerlo. Escoge el momento y las palabras apropiadas, porque una mala noticia parece peor si se comunica con brusquedad o en un momento inoportuno. El tono que emplees es importante.
La empatía (ponerte en la piel del otro) será tu gran aliada. Sin embargo, recuerda que cada persona es distinta, de modo que no podemos predecir cómo reaccionará alguien tras comunicarle un acontecimiento realmente malo, por muy cercano que sea. Muchas veces sentimos terror de que esa persona pierda el control. Ocurre porque creemos que tenemos que hacer que se sienta bien, pero ni debemos ni podemos hacer eso. Toma sus lágrimas o sus gritos como lo que son, una expresión de su dolor, y quédate junto ella. Antes de asumir el papel de mensajera, piensa si eres la persona más apropiada. Hazte algunas preguntas como: ¿Qué tipo de noticia es? ¿Me afecta también a mí o sólo a la otra persona? ¿Más a ella que a mí? Si no te sientes con fuerzas no te obligues, porque sólo lograrás crear más malestar.
Procura que aquel con el que vas a hablar esté sentado o lo más relajado posible. Intenta no ser brusca ni dramática (aunque en ese momento te puede costar un poco controlarte). No se trata de poner cara de fiesta si no, simplemente, de crear el ambiente más cálido posible. Prevén al otro con una frase introductoria. Por ejemplo, tengo que contarte algo no muy bueno o hay una cosa que debes saber. Tu interlocutor debe darse cuenta de que no va a enfrentarse a una conversación banal. Una vez dicho eso, no le hagas esperar, porque eso sólo disparará su nerviosismo.
Da la noticia de la forma más objetiva posible, sin dejar de mostrar sensibilidad y empatía. Es importante que trates de controlar tus emociones (ya te desahogarás después) por mucha pena que tú también sientas. Sólo si no te dejas arrastrar por ellas podrás prestar una verdadera ayuda. Permanece atenta a la reacción de quiéen recibe el mensaje y acompáñalo.
Su primera respuesta puede ser un momento de shock: no reacciona o se queda sin saber qué hacer. En esos momentos, quizás tú tengas que tomar las riendas de la situación y pensar y actuar por el otro.Es muy posible que te angusties porque no sabes bien qué hacer o decir. Céntrate en el destinatario. Lo más probable es que no espere grandes palabras si no compañía: para poder llorar, desahogarse, sentirse apoyado o, simplemente, permanecer en silencio.
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